HISTORIA DE UN EMPRESARIO

Post P煤blico 23/02/2015 19 1.992
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Ignacio es de esas personas que le apasiona su trabajo. Como todas las mañanas, a las 6 suena su despertador. Una noche más que apenas ha dormido pensando en las siete familias que forman parte de su gran familia y en todos los proyectos que le quedan por delante por emprender.

Como cada mañana, se levanta, se ducha y sale a trabajar con buen ánimo para hacer frente a una larga jornada de 12 horas. Cuando llega a su oficina, ubicada en una nave de un polígono industrial de Valencia, deja de ser Ignacio, y pasa a ser el Sr. Ibáñez. Porque el protagonista de esta historia es el dueño de una pequeña empresa de carpintería metálica que emplea a siete personas y que empezó su andadura hace ahora cinco años.

Cuando decidió tomar las riendas de su propio destino, Ignacio sabía que no sólo bastaba con tener ganas de montar una empresa y que las buenas ideas no son necesariamente un camino asegurado hacia el éxito. Porque él ha sido siempre, ante todo, un hombre con los pies en la tierra. Alguien que, como otros cientos de miles de pequeños y medianos empresarios, optó en su día por salir de la zona de confort que le brindaba su anterior trabajo por cuenta ajena para embarcarse en una aventura con rumbo incierto.

Así, y como otros tantos, Ignacio adquirió las aptitudes necesarias para poder poner en marcha su plan de negocio. Mercadotecnia, ventas, planificación estratégica, contabilidad, finanzas, impuestos, cuestiones legales… son sólo algunos de los aspectos en los que tuvo que formarse (y aún continua) para amarrar bien las riendas de su empresa.

Invirtió su tiempo también en aprender habilidades emocionales para liderar equipos de trabajo, tratar con clientes y realizar acuerdos comerciales que le posibilitasen la oportunidad de ampliar su mercado dentro y fuera de las fronteras. En este aprendizaje continuo ha tratado además de encontrar, aunque es complicado, la fórmula del equilibrio entre trabajo y la vida personal.

Con todo ello, y siendo su propio jefe, Ignacio prefirió rodearse de un equipo de profesionales en los que hoy puede delegar con absoluta confianza y con los que le gusta trabajar codo con codo para sacar adelante la producción.

Parte de su día a día transcurre entre nuevos pedidos, reclamaciones, devoluciones, llamadas y visitas para captar clientes y atender a los ya existentes, así como en pedir infinidad de presupuestos para asegurarse los mejores proveedores. Otra la decida a lidiar con los morosos y a hacer malabares con la caja ante las continuas negativas de líneas de crédito de las entidades financieras. Una situación a la que se enfrenta cada final de mes en el que tiene que hacer el milagro de multiplicar los panes y los peces para pagar las nóminas y unos impuestos que forman parte de sus peores pesadillas.

En paralelo, Ignacio afronta a diario numerosos problemas y retos que le obligan a adoptar decisiones, en muchas ocasiones difíciles, arriesgadas y en solitario, para defender su negocio.

Pero como he comentado al principio, a este empresario le apasiona su trabajo. Por lo que, en vez de abatirse, sabe que al final del día este esfuerzo tiene su recompensa. Porque todo, aunque en pequeñas dosis, va dando sus frutos, gracias a su ingenio y afán de superación, a la implicación del equipo y al deseo de todos de no ver nunca los toros desde la barrera.

Creo que esta historia evidencia que ser empresario, sobre todo pequeño, no es tarea fácil, además en un entorno en el que sigue teniendo connotaciones negativas entre la sociedad. Pero estoy seguro que el caso de Ignacio se asemeja al de la gran mayoría de pymes que, como la suya o la mía, disfrutamos con lo que hacemos y tenemos el pleno convencimiento de que somos una imprescindible parte del engranaje económico de que mueve nuestro país.