El impacto de las nuevas tecnologías en el horizonte laboral ya no es una tendencia. Estamos inmersos en una “nueva era” en la que la conectividad, la digitalización y la automatización está transformado profundamente los negocios, la economía y la sociedad. Y, sobre todo, la manera en que trabajamos.
Si bien la tecnología es el trampolín de esta transformación, las personas son las verdaderas protagonistas de esta revolución. Ellas son la clave del cambio y no deben olvidarse en este proceso. Hay que para ponerlas en el centro. Y para ello, las empresas tenemos que incorporar estrategias transversales, éticas y colaborativas. Espacios donde el conocimiento y las ideas se compartan y se de paso a un ecosistema de personas trabajadoras, organización, sistemas de producción y sistemas digitales. De lo contrario el futuro de muchas compañías estará en entredicho.
Esta Cuarta Revolución Industrial dibuja también nuevas oportunidades de trabajo. Pero lo cierto es que aún no se está formando a los futuros profesionales ni en los colegios, institutos ni en las universidades, ni tampoco nos sirve a los que ya estamos en activo lo que estudiamos hace 20 años para desenvolvernos hoy.
¡Urge una solución! Y en esta tarea debemos involucrarnos todos -Administración, el conjunto del tejido productivo y sus organizaciones representativas- para hacer frente a dos grandes prioridades. Por un lado, formar nuevos perfiles que hibriden competencias técnicas y digitales -conocimientos de diseño, tecnología y programación- con otras soft como trabajo en equipo, pensamiento crítico, creatividad y capacidad de liderazgo.
Y, por otro, gestionar el talento dentro de las compañías para adaptarlo al paso de la evolución tecnológica. Es decir, formar y orientar a las plantillas con las que ya se cuenta para evitar asimetrías con esas incorporaciones. De ahí la importancia de abordar la gestión de la edad, porque la realidad nos dice que el envejecimiento de la población se intensifica, y con cada década que transcurre, nuestra esperanza de vida aumenta unos dos años y con ella la prolongación de la vida laboral. Una situación que provocará que convivan generaciones de nativos e inmigrantes digitales con personas mayores que necesitan acciones de adaptación más exclusivas. El objetivo, por tanto, es prevenir la obsolescencia laboral porque está demostrado que no hay, en términos de trabajo, nada que una persona no pueda aprender, porque el aprendizaje no tiene edad.
Como decía, los avances tecnológicos están cambiando de forma vertiginosa el dónde, cómo y quién trabajará, pero también la percepción de las formas de trabajo y el alcance sobre la salud y seguridad laboral de las personas. Unos y otros son escenarios que provocan la aparición de riesgos laborales emergentes como los psicosociales y organizacionales que cobran todo el protagonismo frente a los tradicionales de seguridad, higiene y ergonomía.
Está claro que la digitalización plantea interrogantes a los que se les da solución en el proyecto “R-evolución Industrial: Prevención y Retos 4.0” que hemos impulsado junto a AIDIMME, FEVAMA, UNIÓN DE MUTUAS, UNIMAT PREVENCIÓN y VALMETAL. Un proyecto de largo recorrido que ofrece estrategias a las empresas para ayudar a eliminar, reducir o prevenir riesgos derivados de la incorporación de tecnologías habilitadoras. Pero que, sobre todo, pone el foco en la gestión de las personas porque son la clave para que la revolución 4.0 sea más segura, más productiva y más humana.