Recuerdo a mi abuela como una mujer incansable y luchadora. De esas personas que quieres y admiras a la vez. Una excelente SEÑORA con mayúsculas que, con mucho coraje y pocos recursos, supo sacar adelante a una familia ella sola, trabajando duro dentro y fuera de su hogar, confiando siempre en que a sus hijas y nietas no les deparara la misma suerte. Aunque el recuerdo más grato que tengo es la dulzura de su mirada, enmarcada en un rostro agrietado que nunca mostró abatimiento a pesar de todo lo que le tocó vivir y superar.
Como mi abuela, hay millones de mujeres que han sabido abrirse camino a lo largo de la historia manteniéndose fieles a sus valores y principios. Son mujeres que han luchado y luchan día a día defendiendo sus derechos y demostrando sus sobradas capacidades.
Como empresario y representante de una federación sectorial como FEMEVAL en la que, por fortuna, las mujeres empiezan a estar cada vez más presentes en los puestos de producción como en los de dirección, he tenido la oportunidad de conocer y trabajar con algunas de ellas. Desde aquí no puedo más que trasladarles mi enhorabuena por ser valientes, luchadoras, inteligentes, generosas y emprendedoras. Personas que trabajan de sol a sol compaginando su vida laboral y familiar e intentando, en muchas ocasiones, no tirar la toalla por asumir tanta responsabilidad.
Con todo ello y a estas alturas, nadie debería poner en duda la importancia en la función económica y social que desempeñan las mujeres. Pero lamentablemente sigue habiendo otra cara de la moneda en la que persisten condicionamientos a los que todavía están sometidas por razón de sexo. Esto limita la eficacia de su labor y reduce los beneficios para el conjunto de la sociedad.
Por lo tanto, quiero aprovechar el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, para sumarme a la lucha por su participación social en pie de igualdad con el hombre. Es una conmemoración que permite evidenciar en todo el mundo que las mujeres, como sujetos activos de la sociedad, han aportado, aportan y seguirán aportando, desde diferentes esferas, conocimientos, un saber hacer y sensibilidades que, aunque están reconocidos, incomprensiblemente se desaprovechan y no llegan a hacerse lo suficientemente visibles.
Una clara muestra de esto que comento es que siguen sin estar presentes en determinados foros de debate ni en los ámbitos de decisión. Llama la atención que de las 52 presidencias de tribunales superiores solo seis las ocupan mujeres; el que apenas el 16,2% de los directivos de empresas sean mujeres; que en el propio Gobierno la representación femenina no alcance el 30%; o el que los hombres cobren, porque sí, un 17% más que las mujeres. A este ritmo se tardarán 71 años en eliminar la brecha salarial de hombres y mujeres.
Estos son algunos de los datos que ha publicado la oficina para España de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) que no nos deben dejar indiferentes. Destaca, además, la brecha salarial relacionada con la maternidad, en la que se constata una nueva discriminación. Las mujeres que son madres tienden a cobrar un 5% menos que las que no lo son. La penalización por la maternidad aumenta además con el número de hijos.
Por eso, y a pesar de los esfuerzos emprendidos en materia de igualdad de género por todas las instituciones públicas y privadas, los retos que tenemos por delante siguen siendo innumerables y urgentes. Entre ellos, eliminar la brecha salarial que he señalado antes; romper el techo de cristal (esto es el tope al ascenso laboral de las mujeres en las diferentes organizaciones, que limita sus carreras profesionales); acabar con la precariedad de las trabajadoras dado que las españolas son las europeas que más afectadas están por el empleo parcial (70%); erradicar la violencia machista (a día de hoy uno de los más graves problemas sociales en España porque cada año más de 50 mujeres mueren asesinadas a manos de sus parejas); denunciar el acoso callejero (esos piropos desafortunados que representan una auténtica invasión a la intimidad de las mujeres); y desmontar los estereotipos sexistas (situaciones injustas en cuanto a la equidad de género relacionadas con la imagen física o modas absurdas).
Quisiera terminar este post con la conclusión final del informe de Naciones Unidas sobre la situación de las mujeres en España, a todas luces, contundente: “Los esfuerzos de España para integrar a las mujeres en la vida pública, política y económica, así como para erradicar la violencia machista son inquebrantables. Sin embargo, el enraizamiento de una cultura machista y las actitudes patriarcales siguen recluyendo a las mujeres en roles tradicionalmente domésticos que allanan el camino a la violencia y no son apropiadamente diagnosticados y resueltos. Además falta voluntad política para asegurar la equidad de género a nivel educativo, informativo, de servicios sociales o la justicia, necesarios para una sociedad más igualitaria“.
Si mi abuela levantara la cabeza, seguramente la bajaría otra vez con tristeza al ver que, a pesar de tantos años de esfuerzo buscando el desarrollo personal y la integración social de la mujer, hemos avanzado tan poco.