Decía Albert Einstein que dar ejemplo no es la principal manera de influir sobre los demás, sino la única manera. Y si alguien es un ejemplo de vocación y superación lo encontramos en Magdalena Verdú, gerente de Segurgas y vocal por servicios de FEMEVAL.
Hace un mes fue elegida entre seis mujeres de toda España, junto a una artista, una comandante, una camionera, una jugadora de rugby y la primera universitaria de una familia de etnia gitana, para exponer, ante la reina Doña Letizia, su caso de éxito profesional tras superar diversas dificultades y en un sector copado habitualmente por hombres.
Cuenta Magdalena que hace tres décadas comenzó a desenvolverse como instaladora de gas con tan solo 18 años, un oficio que aprendió de su padre y en el que sus compañeros consideraban que "no debía estar ahí, sino en otro lado". Un entorno en el que tuvo y aún tiene mucho que demostrar porque como dice “a veces hace falta que las mujeres demos un golpe en la mesa para decir que ahí estamos”.
Historias como ésta permiten dar visibilidad a lo que hacen mujeres que, como Magdalena, emprenden, luchan y demuestran que se pueden “feminizar” algunos oficios. Profesiones que por tradición han desempeñado hombres, pero en las que también tienen cabida ellas.
Pero también es cierto que su presencia aún no es la deseable porque en determinadas ramas del metal apenas alcanza el 13%. Solo basta mirar a nuestro alrededor porque las cifras lo dicen todo: en reparación en instalación de maquinaria y equipos trabajan 106.500 hombres frente a 11.200 mujeres; en fabricación de productos metálicos 232.200 frente a 29.100; en metalurgia (fabricación de productos de hierro, acero y ferroaleaciones) 89.000 hombres y 12.800 mujeres; y en la venta y reparación de vehículos de motor asciende a 330.900 empleos masculinos ante tan solo 48.300 femeninos.
Algo pasa. Y es que al origen de la masculinización o feminización de determinadas profesiones se une el factor cultural y educativo, sobre todo en las edades más tempranas, que hace que las mujeres siguen rehuyendo de ciertos trabajos que ofrecen más posibilidades de encontrar un empleo y un salario más elevado.
Seamos serios y responsables. Hace falta un cambio de mentalidad y empezar a trabajar las profesiones de manera transversal; actuando de aguas arriba cuando el alumnado está decidiendo su futuro profesional; y dándole un giro a la percepción de ciertos estudios como la Formación Profesional cuyas salidas no son nada despreciables.
Al respecto me han sorprendido los resultados del estudio publicado estos días en los que las familias valencianas otorgan una nota de 6,9 a la oferta de Formación Profesional. Pero lo que alarma es que, a pesar de que un 66% consideren que la FP se ajusta mejor a la oferta de las empresas y permite una incorporación más rápida al mercado laboral, un 70% reconoce que nunca ha hablado con los orientadores ni con sus hijos e hijas sobre la posibilidad de cursar estos estudios. Además, les pesa más la mala imagen de estos estudios ya que una gran mayoría cree que tiene menor consideración social, que son de tono menor y uno de cada dos opina que estudian FP aquellos que no pueden hacer carreras superiores.
Así no. Porque los familiares y tutores influyen en la decisión de los más jóvenes y no pueden dar la espalda a esta realidad: el 42,4% de las ofertas de empleo en España en 2018 pedían perfiles con estudios de FP, de grado medio o superior, en electricidad y electrónica, fabricación mecánica, informática y comunicaciones e instalaciones y mantenimiento, ya sea de automoción, mecánica, energías renovables o de sistemas eléctricos, electrónicos o automatizados.
La Formación Profesional no puede seguir siendo el ‘patito feo’ de la educación porque ofrece una inserción laboral de futuro, segura, de calidad y bien remunerada. Así que prediquemos con el ejemplo de Magdalena para darle una vuelta a esta situación.
Repercusión:
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