"Que inventen ellos". Así se pronunció Miguel de Unamuno en un artículo de 1906, cuando España había perdido tanto su imperio como la oportunidad de ser uno de los países líderes del proceso industrializador. La cita completa es la siguiente: "Que inventen, pues, ellos y nosotros nos aprovecharemos de sus invenciones. Pues confío y espero en que estarás convencido, como yo lo estoy, de que la luz eléctrica alumbra aquí tan bien como allí donde se inventó".
Retomo sus palabras porque, inmersos en pleno siglo XXI y ante una crisis histórica sin precedentes, parece que hemos retrocedido en el tiempo, ya que sigue sin importar quién invente ni quién produzca y se ha anclado la creencia de que la economía de un país funciona sola sin una industria que la sustente.
¿Creen en serio que nos podemos permitir el lujo de seguir consintiendo “que inventen o fabriquen ellos”? La respuesta es un no rotundo. El lamentable espectáculo de dependencia al que hemos asistido durante el estado de alarma, por ejemplo de respiradores que solo se producen en China, nos ha mostrado que es una irresponsabilidad deslocalizar toda la industria y dejar de producir en nuestro país.
Y es aquí donde tenemos que poner el acento para solicitar que, con carácter urgente, se active una política de reindustrialización y de relocalización de nuestras empresas.
Sin industria es muy difícil que aflore la creación de empleo, la inversión, el desarrollo tecnológico y el progreso de otros sectores estratégicos de servicio y comercio. Además, en estos meses se ha evidenciado que dentro del mix de actividad del PIB es la que más posibilidades ofrece para minimizar y recuperar los efectos de esta crisis.
Entonces, ¿vamos a seguir dejando que produzcan otros por nosotros? La respuesta de nuevo es no. Prescindir del potencial productivo de nuestra industria y capar la innovación son realidades con consecuencias muy graves que tanto desde el Gobierno central como autonómico se deben afrontar con determinación política.
No queremos más mensajes vacíos ni más promesas a la ciudadanía que jamás se cumplen, ni que se vuelva a mirar a la industria como tabla de salvación, máxime cuando nadie hace nada por reactivarla.
Nuestro tejido industrial es una maquinaria económica que no funciona de forma aislada y cuyas empresas no pueden financiar solas la recuperación. Así que no nos engañemos, sin más inversión no habrá más industria.
Es el momento de mirar hacia dentro y de fortalecer lo que es nuestro, nuestras empresas, ya bastante debilitadas por la alta dependencia de proveedores externos; por la inexistencia de Planes de contingencia y continuidad; por la falta de conocimiento del sector productivo; y por el incipiente estado de digitalización de las empresas y la Administración.
Los fondos europeos acordados como respuesta a la COIVD-19 deben aprovecharse con sentido común, y no desviarlos a partidas que ahora no son prioritarias. Deben destinarse a aprobar una dotación presupuestaria firme que favorezca el impulso industrial como la mejor arma para hacer frente a la crisis o acabaremos como siempre en el vagón de cola de la competitividad.
Esta inversión que solicitamos deberá centrarse en tres pilares: formación porque el desarrollo industrial tiene que ser intensivo en la capacitación de su capital humano; digitalización de toda la sociedad; y una necesidad acuciante de innovación.
Por tanto, tenemos que tomarnos muy en serio si queremos más industria o preferimos seguir igual dejando que otros nos sigan ganando el terreno. Apostar por la segunda opción nos devolvería a la época de Unamuno.