Esta extraordinaria capacidad nos permite, con o sin salvavidas, dar brazadas sin descanso para alcanzar la orilla. Lo que sucede es que mientras tratamos de avanzar hacia nuestro objetivo, nos toca sortear obstáculos que nos van dejando exhaustos. En esa travesía salen a flote factores exógenos que se configuran como amenazas para la economía mundial. Entre ellos, la proliferación de medidas proteccionistas, la guerra comercial China-EE.UU. o esos temidos efectos del Brexit que ya están repercutiendo de forma negativa en la eurozona con Alemania, Italia y el Reino Unido al borde la recesión.
A este maremoto exterior, se le une el oleaje interno que está provocando el desgobierno en el que está sumido España desde hace meses. Una resaca que está haciendo temblar a la economía española, ralentizar la creación de empleo y el que se contraigan sectores clave para las cuentas nacionales, y los más vulnerables a los conflictos comerciales y políticos, como son la industria y el turismo. Empeoramiento al que hay que sumar la caída del 31% de las matriculaciones de vehículos en agosto, dato que nos da pistas alarmantes sobre cómo anda el consumo.
Por si teníamos poco, el presidente del Gobierno en funciones ha vuelto, tras disfrutar de sus digamos “merecidas” vacaciones en plena crisis política, con un paquete de medidas propuestas a Unidas Podemos que ha disparado todas las alarmas del tejido empresarial.
¿En serio considera que se va a solucionar algo si se impulsa una contrarreforma del mercado de trabajo, se amplía la ultractividad de los convenios colectivos o con una subida de los costes laborales y más tributos para las empresas? Está muy equivocado porque no dejan de ser medidas de recaudación cortoplacistas y de política de parcheo para salir del paso que lo único que van a hacer es ahuyentar las inversiones, paralizar nuestro crecimiento y restarnos en competitividad.
Y a estas alturas no estamos para que nos ahoguen con más impuestos, más gasto y más trabas a los generadores de empleo y riqueza. Seguimos con los mismos problemas estructurales, que van mucho más allá de los coyunturales. Por eso tenemos que impedir que esta sucesión de hechos nos lleve al fondo y exigir actuaciones para poner fin a litigios abiertos para que la industria no pare máquinas y se hunda la cadena de producción; para que las Pymes aumenten su tamaño y su adaptación al entorno tecnológico. Y en general para avanzar hacia un modelo productivo que priorice la formación, incentive las inversiones, dinamice la demanda interna y ponga en valor a las empresas para que crezcan.
No podemos cerrar los ojos dentro del agua. Aunque la economía española no esté aún en recesión, no debemos negar la mayor de que estamos en el principio de una situación complicada capitaneada por factores externos e internos que hacen que seamos un país muy vulnerable. Hay que tomar medidas para ver cómo superamos esas turbulencias y que nos afecten lo menos posible. Ahora nos toca a todos, más que nunca, nadar contracorriente en vez de hacerse el muerto y dejarse arrastrar en la dirección equivocada.