De todos los héroes que han desfilado por la mitología griega, Hércules fue el más célebre por cualidades como fuerza, orgullo y coraje, entre otras muchas. Y una de las leyendas más populares que giran en torno a su figura es la de “Los doce trabajos”. En un ataque de ira que le provocó la diosa Hera, Hércules mató a sus propios hijos. Arrepentido, consultó al oráculo de Delfos que le obligó a expiar su crimen sirviendo a Euristeo, rey de Micenas. Un hombre de débil carácter que, ante el miedo a que Hércules le destronara, decidió encomendarle doce pruebas, a cada cuál más complicada, con el fin de que muriera en alguna de ellas.
Este rey mitológico me permite ilustrar las trabas que nos ponen a las empresas con tanta normativa preelectoral e impositiva. Un marco regulador complejo y cambiante que, cada vez, resulta más gravoso para la actividad empresarial. Porque supone costes y dedicación, y nos resta tiempo, especialmente a las Pymes, para dedicar recursos y esfuerzos a nuestra principal labor que es producir y crear empleo.
Sirva de ejemplo las nuevas obligaciones de la reforma de la Ley de Igualdad (planes de igualdad para empresas a partir de 50 o el registro de los valores medios de salarios, nuevos permisos por nacimiento y cuidado del lactante). Aun reconociendo y compartiendo la importancia de avanzar en materia de igualdad, no podemos compartir una urgencia que justifique acudir a un Real Decreto-ley que tan sólo viene avalada por razones de oportunidad política y con claros fines electoralistas y que, inevitablemente, tiene un importante coste de gestión de personal para las empresas. También la obligación impuesta en otro RDLey publicado escasos días después incide en más obligaciones y burocracia para las empresas con la imposición del registro de jornada obligatorio para todas las personas trabajadoras.
Aunque las intenciones vayan en la línea de introducir mejoras no dejan de asfixiar a la ya de por sí excesiva burocracia, presión fiscal y afán de control sobre las Pymes que nos vemos ahogadas entre tanta obligación y cumplimiento.
Y no. Ni las empresas somos Hércules que podemos con todo, ni nuestros dirigentes reyes de Micenas con potestad para ponernos a prueba para acabar con nuestra viabilidad. Si nos quieren poner retos que sean para incentivar la actividad económica y el empleo, favoreciendo el espíritu empresarial y una mejora de los escenarios en los que operamos. ¡Sin trabas!
Así que desde FEMEVAL aplaudimos las medidas propuestas por la CEV, ante las próximas elecciones autonómicas y municipales, para asegurar el crecimiento de la Comunitat Valenciana. Entre ellas se piden garantías de seguridad jurídica y la reducción de la presión fiscal. El tejido productivo necesita leyes ajustadas a su realidad, un sistema fiscal que no obstaculice el crecimiento, ni obsesionado con recaudar y que se aprueben y ejecuten unos presupuestos generales sensatos sin poner el foco en minarnos aún más. En España ya tenemos la desventaja de soportar una presión fiscal empresarial seis puntos porcentuales superior a la media europea.
El 30,4% de los ingresos públicos sale de nuestras compañías, frente al 26,2% de la media europea. Una recaudación que llega a las arcas públicas a través de impuestos, que no son pocos, y a los que se ha unido la aprobación en enero del Plan Anual de Control Tributario y Aduanero y la subida de las cotizaciones sociales. Y aun así el Gobierno intentó aprobar unos presupuestos para 2019 que contemplaban, entre otras novedades, un notable lastre impositivo como las medidas que afectan al Impuesto de Sociedades con la reducción en un 5% de las exenciones a los dividendos y plusvalías generados en el exterior; la creación de dos nuevos impuestos, uno sobre Transacciones Financieras y otro sobre Determinados Servicios Digitales; el incremento de la fiscalidad de los hidrocarburos; y la subida del Impuesto sobre el Patrimonio. Es evidente que sería mucho más sano mirar el gasto público antes de lanzarse a incrementos impositivos que golpean y paralizan la economía.
Aunque las empresas no tenemos esa fuerza hercúlea que nos hace inmortales, sí tenemos la potestad para decir que la economía no la marca el gobierno, sino nosotras y los consumidores. No hay otra. Si el objetivo es ser competitivos en una economía globalizada, es imprescindible que nuestros dirigentes se dejen de plantear objetivos electoralistas alejados de nuestra realidad y empiecen a ponerse al servicio de las necesidades de las empresas que somos las grandes responsables del bienestar social.
Retomando la leyenda, y como no podía ser de otra manera, Hércules pudo contra toda esa difícil imposición, superó cada trabajo y aumentó aún más su fortaleza. En ello estamos las empresas. Aunque no lo aguantemos todo y no seamos héroes mitológicos, peleamos y luchamos con una clara misión y con la seguridad de saber cómo llevarla a cabo.