El imparable encarecimiento del precio de los costes energéticos es un claro ejemplo de irresponsabilidad y falta de sensibilidad social. Un obstáculo más para sobreponernos del duro envite de la crisis sanitaria, y contra el que no podemos más que revolvernos porque la situación a día de hoy es insostenible. 

Este tarifazo supone un nuevo lastre a la ya difícil coyuntura a la que se enfrenta la ciudadanía y sectores económicos que, como el metal, arrastramos además el incremento de precios de las materias primas y de los productos energéticos, en concreto, de los derivados del petróleo, así como el alza de los fletes marítimos y del transporte internacional.

Una tormenta perfecta que aboca al empobrecimiento de la sociedad y a la merma de las cuentas de resultados y competitividad del tejido productivo porque estamos abonando la electricidad un 28% más alta que nuestros competidores alemanes y un 37% que los franceses.

El actual sistema de tarificación es un ataque directo a un país al que parece que se quiere asfixiar porque los costes del gas y la electricidad siguen subiendo y cada día marcan récords históricos. Una irresponsabilidad acompañada de una falta de empatía de un Gobierno que, según su Ministra de Transición Ecológica, no puede intervenir en el mercado mayorista, que es el que fija los precios.

Una muestra más de que los intereses de nuestros gobernantes caminan en dirección contraria al bienestar social, porque están dejando en manos de quien no corresponde las decisiones en materia de política energética. ¡Mal vamos!

De la crisis sanitaria del Covid-19 podemos salir con esfuerzo. La pandemia va a pasar, la cuestión es cuándo y con qué costo social y económico. Al respecto, permitiendo sinsentidos como tener la tarifa más alta de Europa solo por detrás de Grecia, provocando inflación, no es el camino para levantar el vuelo. Para emerger con las menos heridas posibles se requiere de constancia, compromiso y SENTIDO COMÚN en mayúsculas para no poner en riesgo lo que tanto nos está costando reconstruir.

Lo hemos aprendido este último año. Nadie se salva solo en una pandemia, pero uno solo sí puede contagiar a muchos. Y lo último que deseamos es que nos contagien con subidas energéticas desproporcionadas que metan en la UCI a la economía y a toda una sociedad. Queda en cada cual hacer lo que deba, pero siempre bajo criterios de máxima responsabilidad.

Repercusión:

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